Diablillo de pesebre
El diablo estuvo presente en fiestas populares y es reconocida su presencia en festividades religiosas, como el Corpus-Christi y la Pascua, en las que se mezclaban elementos culturales de todas las etnias. A continuación un fragmento de la descripción que hace el francés Le Moyne de la presencia de diablos en procesiones:
El Corpus-Christi y la fiesta de Pascua son las que se celebran con más pompa exterior, en medio de procesiones, a las que la mezcla de lo profano con lo sagrado da un sello particular de originalidad. Se ven figurar a la cabeza de esas procesiones grupos de indios o de otros individuos, quienes, vestidos de indígenas primitivos, de diablos, etc., se entregan a danzas grotescas acompañadas del sonido de instrumentos discordantes; carros arrastrados a brazos llevan personajes y niños que forman grupos alegóricos imitados del Antiguo y del Nuevo Testamento; estatuas pintadas que representan escenas de la pasión […]
Y así Le Moyne continúa describiendo otras escenas. Décadas después, en una crónica sobre fiestas decembrinas en Bogotá se registra la presencia del señor diablo:
El domingo 16, en condigna pena de sus incorregibles fechorías, sufrió el Diablo el último suplicio en la plaza de San Francisco. Había sido condenado a la hoguera, y al tiempo de ejecutar la sentencia se cayó en la cuenta de que el reo era esencialmente incombustible, tanto por las malas artes que profesa, como por su domicilio en el infierno donde la candela se respira, bebe y come sin que el establecimiento haya perdido uno solo de sus eternos parroquianos […] (El Tiempo, Bogotá, núm. 51, dic.18, 1855, p. 2).
Finalmente, “el reo” es sometido a padecer suplicios por sus fechorías. El cronista remata su escrito afirmando que:
Pero visto está: el Diablo es como el Fénix que renace de sus propias cenizas. Inmediatamente después de aniquilado andaba ya suelto y libre, fresco como si nada le hubiese pasado y sin olvidar una sola de sus viejas marrullas. […]
Como puede verse, la figura del diablo era destacada en dichos eventos. En los pesebres el diablillo podía aparecer y desaparecer detrás de un telón o dentro de una cajita, accionado por algún mecanismo; acompañando a los Reyes Magos o ubicado en el sitio menos esperado para asustar y hacer reír a los niños. Inclusive, un actor se vestía de diablo y se manifestaba de improviso entre el público.
Según se puede deducir de un relato de El Loco, además de los personajes principales, el diablo era sobresaliente en el pesebre de los Borda Rueda:
[…] Pasé un rato agradable y me encaminé al de los señores Borda y Rueda: allí si no queda nada que desear respecto de los trabajos de los empresarios, los que incansables por complacer al público, han ensayado sus funciones de títeres o teatro diminuto con el mayor esmero. Allí se puede concurrir a oír magnífico canto, muy buena música, y sobre todo, a ver al Diablo, los que dicen que no hay ese bichito tan travieso, y entonces se convencerán de que todas las noches hace diabluras […] (El Loco (Bogotá), dic. 20, 1856, pp. 1-2).
Y así sucesivamente, el diablo era personaje obligado en los pesebres y siguió siendo central en los pesebres más elaborados y espectaculares como el de Espina, el Santafereño de Rafael Neira y en el Polichinela. En los pesebres hogareños del siglo XX, en el del maestro Antonio Angulo cuando quiso revivir la tradición, incluyó un diablillo que hacía estragos entrando a un convento y robándose alguna monja.