Pesebre: lo religioso y lo profano unidos
Figura de pesebre. Tomada de: Hojas de Cultura Popular Colombiana (Bogotá), núm. 12, dic. 1951. Ministerio de Educación Nacional.
Noticias del siglo XIX describen costumbres y pesebres abigarrados y sorprendentes. La primera es de Luis Augusto Cuervo, en cuyo libro Nochebuena de antaño recuerda un pesebre santafereño:
Desde un mes antes principiaban los preparativos. El sabio Caldas tomó posesión de uno de los mejores salones de la casa solariega de la familia Ricaurte, situada, calle de por medio, en el costado del Observatorio Astronómico, y principió a construir, con pedazos de vidrio y algodón espolvoreado de talco, un elegantísimo Salto de Tequendama, colgante de un montículo hecho de peluche verde. Doña Francisca, acompañada de sus hijas doña Marina y doña Eusebia, recogía grandes canastadas de musgo en las faldas de Monserrate, y buscaba caracoles entre las piedras húmedas del río.
Después de un paréntesis doloroso debido a la presencia aciaga del “Pacificador” Morillo y de las batallas que modificaron el panorama político, regresaron las fiestas.
La siguiente descripción se debe al francés Augusto Le Moyne que vino al país a finales de 1828 y permaneció hasta diciembre de 1839. Llegó como secretario y encargado de negocios de la legación francesa. Luego de haber estado en varios países se retiró de la diplomacia y ya viejo, en 1880, escribió un libro de viajes. La parte correspondiente al país se halla en Viaje y estancia en la Nueva Granada y bajo el título “Las fiestas religiosas en Bogotá”, fechada en 1835, se refiere a las fiestas navideñas.
Tomado de: legadoantioquia.wordpress.com
Así dice Le Moyne:
La fiesta de la Natividad no se limita a los regocijos habituales que se mezclan durante el día a las ceremonias religiosas; es además una ocasión de diversiones, que no cesan sino el día de Reyes.
En primer lugar, desde la víspera de la fiesta se arregla en muchas iglesias lo que se llama en el país un nacimiento con el fin de representar, en medio de decoraciones de teatro y sirviéndose de muñecos de madera, de cera o de cartón, las circunstancias que se refieren al nacimiento del Salvador.
Algunos particulares se divierten dando en su casa igual espectáculo, en que gastan fuertes sumas, estimulados por el deseo de superarse unos a otros en el lujo y la variedad de sus exposiciones.
La parte principal del cuadro se compone del nacimiento con los animales de costumbre, de los pastores y de los Magos en adoración ante el Niño divino, o en camino para venir a adorarle; con frecuencia, en este último caso, cada uno tiene en la mano un cordón, que termina en los rayos de la estrella.
En las casas particulares, los accesorios que acompañan el nacimiento ofrecen un verdadero atractivo a la curiosidad por la reunión de todo lo que el capricho más bizarro puede hallar de muñecos o de piezas mecánicas en un almacén de juguetes de niños. Por ejemplo, además del cuadro obligado del nacimiento, de Nuestro Señor, aquí se presentan otras escenas de su vida, desde la huida a Egipto hasta su muerte en la cruz; allí es el diablo que aparece y desaparece por una tramoya; en otro lugar es una ermita con un capuchino; más lejos se ven procesiones, aldeanos bailando, artesanos trabajando, polichinelas de porte y figura grotescos, buques navegando en ríos, y hasta ferrocarriles en movimiento; en fin, para dar una última idea de la excentricidad de algunas de las decoraciones, agregaré que me acuerdo haber visto una vez entre los magos, y como ellos con el hilo conductor en la mano, un Bonaparte con su levita gris y su célebre sombrero; conjunto de cosas cómicamente extrañas cuando se las encuentra alrededor del nacimiento del Salvador.
Los nacimientos se muestran particularmente por la noche, brillantes de luz; como todos, sin distinción de clases, son admitidos a visitarlos gratuitamente, la gente acude en tropel con los niños, para quienes es ésta una grata distracción.
(Esta traducción es tomada de: El Conservador, Bogotá, núm. 100, abr. 29, 1882, p. 399).
Figuras del pesebre. Tomada de: Hojas de Cultura Popular Colombiana (Bogotá), núm. 12, dic. 1951. Ministerio de Educación Nacional.
Una descripción posterior es de José María Cordovez Moure y está circunscrita a la ermita de Egipto de Bogotá; sin embargo, el relato es ilustrativo:
Antiguamente se conservaba en toda su fuerza y vigor la tradición del Pesebre, tan llena de poesía y encantos para los que tuvimos la fortuna de ver la luz bajo la égida de la idea religiosa que enseña a los niños el culto que debe rendirse al Hijo de Dios, representado en la humildísima condición social que escogió para venir al mundo […]
Era el Pesebre o Portal de Egipto el conjunto más heterogéneo que pueda concebirse. La nave de la derecha de la ermita se dedicaba al objeto indicado: se empezaba por formular contra los muros una imitación de montaña con ramaje de laurel, que despedía el delicioso aroma que se respira en nuestros bosques. A un metro de altura se arreglaba un gran tablado, sobre el cual se formaban colinas, valles, sabanas, desfiladeros; en una palabra, se formaban con la posible perfección todos los accidentes naturales de una comarca. Hecho esto, se vestía ese panorama con casas de todos aspectos, en que se notaba, invariablemente, que la talla de los presuntos moradores no había de permitirles entrar a ellas: cualquier figura de hombre o de animal encontraba allí segura colocación, sin tenerse en cuenta para nada las reglas de estética, historia o cronología. Por todas partes se presentaban monstruosos anacronismo y los adefesios más extravagantes; pero en cambio allí se veían perfectamente bien interpretadas las costumbres populares y los acontecimientos que por cualquier causa merecieran severa crítica.
El Pesebre empezaba el 16 de diciembre y terminaba el 8 de enero, subsiguiente, con la fiesta de la Epifanía o Adoración de los Reyes. Por las noches iluminábase la ermita y se quemaban fuegos artificiales más o menos abundantes, según los alcances y generosidad del alférez de cada noche…
Relieve del siglo XVII. Iglesia de Egipto, Bogotá. Tomado de: J. M. Cordovez Moure:
Reminiscencias de Santafé y Bogotá. Serie II. La fiesta de los Reyes.
Para complementar los pequeños mundos que representaban los pesebres, una nota corta del periódico El Mosaico sobre los paisajes tradicionales contenidos en el pesebre:
Pesebres. El Mosaico no ha visto sino uno; pero no le gustó porque no tiene cascada de papel, ni camellón de lienzo, ni montañas de cartón, ni nada de lo que le gusta en los pesebres. (El Mosaico (Bogotá), núm. 50, dic. 22, 1860, p. 1).
Figura de pesebre. Tomada de: Hojas de Cultura Popular Colombiana (Bogotá), núm. 12, dic. 1951. Ministerio de Educación Nacional.
Por un artículo del periódico El Zipa, suscrito por Herminia, se sabe que ella no se sentía satisfecha porque el pesebre se había politizado en 1878; aunque, por lo general, el pesebre no estuvo exento de elementos políticos. A continuación los dos párrafos finales del artículo:
Pero el pesebre de 1876 nada tiene de común con el alegre y poético pesebre de 1840, o con el frio e irrespetuoso pretexto de diversión de 1862. Todas las cosas tienen el sello de su época, mas en todas las épocas se encuentran anacronismos.
El pesebre de que voy hablando está formado de laurel, y no tiene que lamentar la falta de las simbólicas pajitas. Detrás de la gruta en que el Santo Niño ha querido nacer, se levantan dos montes que coronan dos iglesitas de cartón: en uno de aquellos cerros se ven algunos soldados de chaqueta azul, tan grandes como la iglesia y que han clavado en la parte más alta una bandera azul y blanca; el camino que conduce a la cumbre lleva también al pesebre, por lo que los Magos han tenido que detenerse para dejar pasar a diminutos soldados de chaqueta colorada, que suben llevando a vanguardia cañones inmensos, sin que baste a impedírselo lo empinado y áspero del camino; una hermana de la caridad sigue al ejército, llevando su canastillo de hilas; y completa el cuadro un agente de policía que entrega al Rey Melchor la boleta del empréstito forzoso; de modo que el pesebre de 1876, se parece más a una ciudad sitiada que a la humilde y tranquila gruta de Belén. (El Zipa (Bogotá), feb. 21, 1878, p. 343).
Figura de pesebre. Tomada de: Hojas de Cultura Popular Colombiana (Bogotá), núm. 12, dic. 1951. Ministerio de Educación Nacional.
En diciembre de ese mismo año, 1878, el periódico anunciaba la apertura de pesebres en la ciudad. A continuación la nota textual:
Pesebres. Sabemos que se han abierto ya al público algunos de estos espectáculos inocentes y agradables que traen a la memoria de los habitantes de Bogotá el recuerdo de mejores tiempos, en los cuales la sencillez de las costumbres y la cordialidad y franqueza que presidían en las reuniones sociales hacían encontrar placer cumplido en las más insignificantes diversiones; lo contrario sucede hoy por desgracia entre nosotros, por haberse pervertido nuestras tradicionales, envidiables costumbres. Los pesebres vienen a hacerlas revivir en la memoria de las personas de esos tiempos que aún existen, y por eso son tan simpáticos a nuestra población, y es seguro que serán muy concurridos. Ojalá que estos sencillos pasatiempos se conserven en nuestra civilizada sociedad. (El Zipa (Bogotá), dic. 12, 1878, p. 307).