
Anécdotas
Censura
Divorcios por culpa de la opereta
En 1925, la revista Mundo al Día (Bogotá) transcribió apartes de un artículo publicado en Estados Unidos; según la revista, se aseguraba que la causa principal de los divorcios en dicho país eran las coristas de las compañías de espectáculos, motivo por el cual las mujeres evitaban que sus maridos asistieran al teatro. En este sentido, el articulista cachaco se preguntaba por qué en Bogotá era distinto, el por qué no se presentaba este fenómeno y muchos hombres asistían a las funciones de las compañías de ópera y opereta.
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Cifras
En 1983, el Teatro Libre de Bogotá realizó una gira internacional por seis países. Visitó poblaciones de la República Popular China, España, Holanda, Inglaterra, Bélgica y Francia. Presentaba tres obras de teatro y dos espectáculos musicales y asistió a varios programas de televisión. Contó con 33.000 espectadores.
Para este viaje, la agrupación recibió el patrocinio de varias universidades, fundaciones y asociaciones culturales privadas, alcaldías municipales, Federación Nacional de Cafeteros, Instituto Distrital de Cultura y Turismo y Banco Central Hipotecario y, además, vendió funciones.
El Teatro Popular de Bogotá, después de 15 años de estar en contacto con el público, a finales de junio de 1969 podía presentar unas nutridas estadísticas, entre ellas, 42 montajes para teatro; 41 para televisión; 3.983 representaciones dentro y fuera de la sede, con asistencia de 3.335.926 espectadores.
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Público
Certamen de incultura
El título que inicia esta anécdota es el mismo que utilizó el periódico La Nación, de Barranquilla, para protestar por los incidentes ocurridos en el Teatro Cisneros el 8 de marzo de 1917. El público había asistido esa noche a una función de variedades, propia de la época, compuesta por una corta película, algunas tonadillas y danzas a cargo de la Compañía de Pilar Conde, de origen español. Antes de iniciar la película apareció un aviso en el cual se informaba que la señora Conde no debutaría esa noche por estar enferma. Se armó la de Troya dentro del recinto. Así empieza el periodista a describir el suceso: “Leer esto el público y levantar la bandera de la protesta y del desorden, parte considerable de él, fue cosa instantánea, lo que dio por resultado un espectáculo desagradable, en el que los gritos desaforados y los golpes sobre el pavimento de platea y las bancas de gallinero se hicieron insoportables”.
Como después de la película los artistas debían salir al escenario a actuar, prefirieron pedir excusas inmediatamente, para calmar los ánimos. Una bella actriz “galantemente ataviada” salió al escenario. Pero el público no quiso escucharla, dando una “nota de alta descortesía, desairando a la señora a quien no se quiso oír”. El público empezó a pedir a gritos la devolución del dinero. La actriz regresó al escenario, esta vez acompañada de Ruilópez, pianista de la compañía. Poco a poco el público se fue calmando y comenzó a aceptar las justas explicaciones.
En su escrito, el periodista se muestra muy preocupado de que el incidente fuera adjudicado solamente a todo el público barranquillero, decidió, de manera sincera, expresar vergüenza por los incidentes. Para concluir su escrito, abrió el viejo baúl de los regionalismos y sacó de allí unas cuantas frases: “Contrista el ánimo del que tiene que exteriorizar sus impresiones en la prensa, dar cuenta de desacatos que nos exhiben como pueblo inculto, ante los extranjeros, por más que dentro del conglomerado irrespetuoso se contaran personas de otras regiones que se precian de impecables”.
Finalmente, la compañía pudo presentar su espectáculo: la bella madrileña que había pedido excusas presentó sus “graciosos bailes”, los músicos ejecutaron sus piezas con guitarra y piano y fue “tan admirable la ejecución” que el público les ofreció ruidosos y prolongados aplausos, “que debieron mitigar los efectos desagradables sufridos al dar principio a la función”, escribe el periodista y remata diciendo: “Esperamos que no se repitan escenas tan depresivas para nuestro orgullo nacional”.
Otra vergüenza patria
Un episodio similar ocurrió en Pereira, también en marzo de 1917 y con otra función de variedades. Se presentaba el espectáculo de Mr. Bray y Emma, su señora. Él combinaba distintos números de suertes y magia, y ella cantaba arias de ópera. Todo marchaba bien dentro del teatro. El público apreció el arte de Emma, “suficiente para satisfacer al pueblo más exigente”; pero, cuando le correspondió el turno a Mr. Bray, el ambiente cambió radicalmente. Un periodista de La Consigna (Pereira), inicia así la descripción de lo sucedido: “Tronchada de un tajo quedó la cultura pereirana el miércoles en la noche, por la nota discordante que dieron algunos señores en la función que daba Mr. Bray y su señora. Es profundamente lastimoso ver que un pueblo que se precia de civilizado tenga aún en su seno individuos tan supremamente incultos que no respeten el buen nombre de sus conciudadanos, pues muy malas impresiones llevarán los artistas, de todo el pueblo, cuando a la verdad no fueron más que cuatro revoltosos”. Resulta que esos “revoltosos” le gritaban a Mr. Bray “¡malo!, “¡malo!”, cada vez que hacía alguno de sus números. Finalmente, el alcalde intervino y puso orden dentro del recinto. Con la frase, “¡Qué vergüenza...!”, el cronista teatral remata su nota.
Hiperestesia patriótica
Este relato vincula dos crónicas sobre el comportamiento del público en el viejo coliseo cartagenero, lo cual significa que los hechos relatados ocurrieron antes de los años setenta del siglo XIX. Una de ellas fue escrita por Jeneroso Jaspe y la otra por José P. Urueta-Piñeres.
Alguna vez un cubano visitó a Cartagena, y a su regreso a la isla escribió en un periódico sus impresiones sobre el teatro cartagenero. En especial, señaló varios aspectos relacionados con las costumbres del público dentro del teatro como, por ejemplo, llevar al teatro: “alcarraza de agua, bandeja con copas y vasos, vinos y licores, dulces y confites”. Don Jeneroso dice, entre otras, que: “un cronista, gracioso y guasón que visitó esta villa por aquellos tiempos, publicó en la Habana una descripción típica de aquellas nuestras costumbres, la cual hizo atufar a más de uno de nuestros escritores por aquello de que ‘al que le pica se rasca’. Cierto, como regularmente acontece, que fue algo exagerada la crítica, pues no recordamos haber visto, como afirmaba el cronista, que se obsequiase a las damas con frutas de sartén [repostería frita]; pero a la verdad, hay que convenir en que en lo demás estuvo en lo cierto el censor. A nosotros nos hizo gracia su donosa censura a pesar del consiguiente ligero escozor”.
Al respecto, Urueta-Piñeres también escribió: “Recordamos siempre la candorosa indignación que en los buenos hijos de esta población produjo la lectura de un periódico de la Habana que tuvo la ocurrencia de decir que el teatro de Cartagena no era más que un gallinero. ¡Qué barbaridad!, decían unos. ¡Qué disparate!, afirmaban otros […] Y la verdad, la purísima verdad es que no merecía otro calificativo. Los que conocieron el antiguo coliseo, y aún existen no pocos de ellos, pueden dar testimonio de lo que aseveramos”.