Pesebre Espina
Antonio Espina Frade pasó a la historia del teatro colombiano por los espectáculos de títeres que él incluía en sus célebres pesebres. Espina, además de empresario de artes escénicas, fue un conocedor de las prácticas escénicas.
Su primer pesebre data de 1877, cuando lo organizó en un salón situado en los jardines de Clopatovski en la calle de Florián. A partir de entonces, el pesebre de Espina hacía su aparición en diferentes salones hasta llegar a ocupar el Teatro de Variedades y el Municipal. Sus espectáculos eran verdaderas fiestas artísticas pues hacía converger en el pesebre a los mejores titiriteros, música popular, ópera, zarzuela, piezas breves cómicas, de crítica social y pullas políticas, de acuerdo con los vaivenes de esta última.
El pesebre de Espina fue lugar de encuentro de los más finos repentistas del ingenio bogotano; los intelectuales hacían sus aportes, los músicos creaban piezas, los titiriteros afinaban sus diálogos divertidos o sarcásticos. Al mismo tiempo, el pesebre cada año se llenaba de más y más figuras que representaban tipos populares, damas, señoritas y señores aristocráticos, curas, monjes, burócratas y escenas campesinas, indígenas, urbanas, un verdadero escenario de variedades con un espectáculo ídem.
Una nota de 1880 dice:
Pesebres. El que tiene abierto en el local contiguo al Observatorio el señor Antonio Espina, atrae la concurrencia de numerosas familias por lo esmerado y lucido del espectáculo. El señor Espina tiene arte y gracias especialísimos para todo lo que hace, y de ahí la bien merecida fama de que goza el entretenimiento que todos los años ofrece a la sociedad. Deseamos que su industrioso trabajo sea tan bien remunerado como lo merece. (El Zipa, Bogotá, núm. 22, dic. 28, 1880, p. 340).
Al año siguiente el periódico El Zipa vuelve a registrar las actividades religiosas, las novenas, los juegos de aguinaldos y los pesebres. Al respecto del más famoso de todos, el de Espina, anota lo siguiente:
Grandemente ha contribuido a este movimiento de alegría y de expansión el conocido y cada vez más popular Pesebre que el señor Antonio Espina exhibe anualmente, y en el cual se ostenta el chiste fino y culto de los bogotanos, la sátira decente, la facilidad prodigiosa para la imitación, la pintura exacta de las costumbres populares, la caricatura fiel e inofensiva, el talento artístico, el ingenio inagotable, en fin la habilidad más completa para ofrecer un espectáculo que cada vez gusta más, que nunca cansa. Felicitamos al laborioso e inteligente señor Espina y a sus colaboradores, y deseamos que la remuneración de su trabajo sea tan fructuosa como lo merecen. (El Zipa, Bogotá, núm. 14, dic. 24, 1881, p. 213).
Cuando el país y en especial Bogotá se quejaba por la censura a la libre expresión de ideas, el pesebre de Espina se convirtió en un espacio para expresarlas:
El pesebre de Espina cierra ya su temporada de funciones. Algunos de sus chistes nos hacían pensar que allí ha encontrado la libertad de palabra sus últimos atrincheramientos, pues expresan cuanto todos sabemos y todos callamos. (El Semanario. Bogotá, núm. 27, feb. 3 de 1887, p. 212).
Para diciembre de 1889 los bogotanos extrañaban los pesebres, el periódico El Aguijón punzaba a la sociedad con sus comentarios: “Ni siquiera un pesebre se ha exhibido en este diciembre. Hasta el laborioso Antonio Espina se ha dormido en sus laureles […].
Pero en enero, Espina inició temporada. Así lo registró el mismo periódico:
Pesebre. Despertó de su letargo el señor A. Espina y desde el 5 del presente empezó las funciones de lo que se llama Pesebre y que no es otra cosa sino amenísimos conciertos por lo variado y escogido de la orquesta y canto, con el aditamento de jocosas ocurrencias y movimiento de muñecos para distraer a los niños y a las niñas. Por eso concurren a esas diversiones las familias más cultas de la capital.
Salón espacioso y elegante en el edificio de Santa Clara. Entrada general 60 cent. Comienza a las ocho y concluye a las 10. (El Aguijón, Bogotá, núm. 3, ene. 7, 1890, p. 12).
Y así sucesivamente, año tras año, la prensa registraba lo que ocurría en el pesebre y aplaudía que los niños tuvieran su primer acercamiento al teatro en dicho espacio, dada su calidad. Por la misma fuente se sabe que don Antonio debía superar muchas dificultades, además de contratar artistas, conseguir espacios adecuados e iluminar el pesebre como él quería. A veces no podía obtener luz eléctrica, tampoco petróleo, ni gas, ni velas porque todo esto era muy “costoso en la Atenas de la América del Sur”, como irónicamente anotaban los periodistas.
Con el tiempo, el pesebre siguió incrementado los números artísticos. Por su importancia, es necesario transcribir una nota de 1894. Así dice:
Teatro Municipal. El señor Antonio Espina ha dado en el Teatro Municipal una serie de funciones cuya temporada es conocida con el nombre tradicional del Pesebre Espina. El programa de este año ha sobrepujado a los de los años anteriores. Tanto los cuadros mimoplásticos, notables por su lujo y combinación artística, como los cuadros de costumbres representados por enanos merecen particular elogio. Nuestra culta sociedad, siempre amante de lo bello, ha dado un voto de aplauso con asistir a estos espectáculos verdaderamente artísticos. (El Orden, Bogotá, núm. 413, ene. 9, 1894, p. 2).
Es posible que en 1898 hubiera sido el último año en que Espina montó su famoso y divertido pesebre, pues en 1899 un periódico escribió que: “Terminado el popular y antiguo Espina que divirtió a tantas generaciones ha venido a reemplazarlo…” el de Rafael Neira. Y tenía razón la nota, pues muchas generaciones de infantes bogotanos conservaron este recuerdo y se encargaron de contar y contar lo que vieron y sintieron y se encargaron, asimismo, de dejar memoria de ese maravilloso mundo que alguna vez existió en la vieja Bogotá.